Una vez, hace mucho, mucho tiempo, vivió en Arabia un viejo hombre sabio. Viajaba solo, sin nadie con quien hablar y dondequiera que iba la gente de daba comida para su viaje y, a veces, también pedazos de tela con qué emparchar su manto. A su vez, él les contaba historias o les daba consejos.
Un día, mientras estaba sentado junto al camino, se le acercó un hombre que se quedó a su lado.
- "Te saludo, hijo mío. ¿Tienes hambre? Ven, comparte estos dátiles conmigo."
- "Bendiciones sobre tí, Maestro", dijo el hombre Simple. "No tengo hogar, ni seres queridos en el mundo. ¿Puedo ir contigo en tus viajes?"
- "No tengo nada que ofrecer, hijo mío", replicó el viejo, "pero puedes venir conmigo y permanecer a mi lado tanto como lo desees."
Por un tiempo, anduvieron contentos juntos y, viendo al hombre Simple junto al hombre Sabio, los aldeanos también le daban a él de comer, así viajaban de un lugar a otro.
Un día, el hombre Simple tomó un pedazo de madera que había en el camino y le dijo al anciano:
- "Maestro, aquí hay un pedazo de madera que puedes tallar. A menudo te he visto trabajar con ese cuchillo muy agudo que tienes. ¿Qué puedes hacer con este pedazo de madera?."
Y el hombre Sabio respondió:
- "Por favor, hijo mío, no me preguntes qué voy a hacer, algo me será sugerido."
Los días pasaron y lentamente el fragmento de madera se hacía más y más pequeño mientras ellos proseguían su camino y toda la gente que encontraban, preguntaba:
- "¿Qué estás tallando en ese pedazo de madera, anciano?."
Y el viejo les daba siempre la misma respuesta:
- "Algo será sugerido."
Era ahora un pedacito muy pequeño de madera, hermosamente tallado y un poco más grande que un dátil.
- "Maestro", venturó el hombre Simple un día, cuando ellos estaban sentados sorbiendo un dorado café dulce, "pronto no quedará nada del pedazo de madera que estás tallando. ¿Qué estás haciendo?."
- "Paciencia, hijo mío, algo será sugerido", dijo el hombre Sabio con una sonrisa.
En ese momento una pobre mujer, que tenía un niño lloroso en sus brazos y una cesta de frutas sobre su cabeza, pasó camino del mercado. El día era caluroso, el camino polvoriento y la infortunada mujer ya casi no resistía los gritos del niño.
En el momento en que pasaba, empapada su frente de sudor, el hombre Sabio estiró la mano y la detuvo:
- "Espera un segundo, hermana", le dijo. "Creo que tengo algo para tí, aquí."
Y puso de pronto la pieza de madera tallada del tamaño de un dátil, dentro de la boca del niño.
Este paró de llorar y comenzó a chupar contento.
- "Ves, hijo mío", dijo el hombre Sabio, mientras la mujer proseguía su camino. "Sin saberlo yo mismo, he estado haciendo un chupete para este pequeño."
El hombre sabio y el hombre simple
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4 comentarios:
Excelente!
qué crap...
Una buena reflexión, todo lo que hagamos con paciencia tendrá una utilidad
mmmmmmm
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