Había una vez una planta muy joven en la que se ponían grandes esperanzas. Tenía exactamente cuatro hojas. Cuatro bonitas hojas, resplandecientes al rocío y al sol. Un día las cuatro hojas tuvieron una reunión.
Una dijo que su vocación clara consistía en permanecer unida al naciente arbolito, pero que en lo sucesivo había decidido prescindir del agua. Cuestión de proyecto personal: “Que sus compañeras estudiasen el asunto y una vez entendido respetaran su libertad”.
Las otras tres hojas estaban repletas de buenas disposiciones y decidieron aceptar lo que su compañera les pedía.
Se instaló un ingenioso sistema de paraguas: con el buen tiempo el paraguas se cerraba y se abría en cuanto amenazaba lluvia.
Y he aquí que el arbolito tan prometedor dio signos de languidez y murió. Cada hoja fue llevada por el viento a un sitio distinto.
¿Qué se podía haber hecho? ¿Pedir a la hoja que no quería agua que se marchara a otro sitio? ¿Llegar a un compromiso?
Hay grupos en que para respetar la libertad de uno, no se respeta a los otros. Y, finalmente, termina muerto todo el grupo.
Jacques Loew
La hoja que no quería agua
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