Como cada fin de semana, la madre preparó una cesta con provisiones para la abuela y llamó a la niña para que se la llevase. Le ajustó la capita roja al cuello y le dio la misma recomendación de siempre:
- "No vayas por el bosque, ya sabes que hay un lobo malísimo que ya se ha comido a varios niños. Aunque sea más largo, ve por el camino del valle. No te detengas ni pierdas el tiempo. Deja las provisiones a tu abuela y regresa antes de la noche."
La niña hizo un mohín de fastidio, rumió algo así como «¡siempre lo mismo!» y partió.
Pero esta vez no hizo lo de siempre: perdió el tiempo hablando con una amiga, estuvo tirando piedras a una charca y revolvió las mercancías de un vendedor ambulante sin comprarle nada. Cuando se dio cuenta no le quedaba mucho tiempo para volver antes de la noche, así que decidió acortar camino por el bosque.
En realidad había estado allí cientos de veces, pero era la primera vez que lo hacía sola. Apuró el paso y trató de tranquilizarse, pensando que probablemente aquel lobo fuese una de las tantas mentiras que inventaban los mayores para evitar que los chicos hicieran lo que realmente les gustaba.
Pero tras un buen rato de marcha oyó entre la espesura un aullido que le puso los pelos de punta. Se detuvo unos segundos y miró alrededor. Le pareció ver que una sombra gris se deslizaba muy cerca, pero ya era tarde para volver atrás. Siguió andando y, esta vez a sus espaldas, oyó un gruñido de esos que hielan la sangre. Echó a correr mientras aquella sombra (ahora perfectamente nítida) parecía correr a ambos lados del camino. ¡Probablemente había más de un lobo!, pensó completamente horrorizada.
Cuando por fin se detuvo, agotada por el esfuerzo, un inmenso lobo gris salió de entre los árboles y se colocó delante de ella, gruñendo de forma pavorosa y enseñando los colmillos.
- “¿Vas a comerme?”, preguntó la niña, mientras temblaba de miedo.
- “Por supuesto”, dijo el lobo.
La niña bajó la cabeza y pensó en su madre.
- “Soy muy poca cosa para un animal tan grande. Mira qué delgaditos son mis brazos”, murmuró mientras se levantaba la manga.
- “Es cierto”, gruñó el animal. “No vales mucho. ¿Qué llevas ahí?”
- “¡Oh, cosas de comer para mi abuelita!. No puede andar y tenemos que llevarle la comida. Si me prometes no comerme te dejaré algo.”
El lobo gruñó otra vez con fastidio.
- “Niña boba. Puedo comerte a ti y de postre lo de esa cesta.”
- “Es cierto, pero si me matas no tardarán en encontrarte y te matarán a ti. Eso tenlo por seguro. Mi padre es buen cazador. Ya no podrás vivir en paz. ¿Cuántas personas te has comido? ¿Acaso te gusta que todo el mundo te odie y te tenga miedo?”
El zorro se echó sobre las patas y bostezó.
- “La verdad es que me he zampado unos cuantos, pero sólo lo hice para alimentar a mis lobitos, que se han hecho grandes y partieron. Ahora tengo que seguir matando para mantener el miedo.”
- “Sólo por lo que has hecho, ya estás condenado para siempre. Cualquiera que pueda te matará, y a medida que envejezcas serás como mi abuela. Sólo que nadie va a traerte la comida. Tendrías que buscarte otro medio de vida o serás siempre un fugitivo.”
El lobo estuvo un rato pensando y por fin dijo con un suspiro:
- “Bien, te dejaré partir si me dejas un par de esos pastelillos que llevas. ¿Pero qué he de hacer para que no me odien?”
- “Dejar de hacer maldades”, dijo la niña con resolución, mientras sacaba un par de pasteles y los dejaba a un lado. “Si sigues en las mismas no vivirás demasiado. Demuestra que no eres un cruel carnicero y podrás vivir en paz hasta que mueras de viejo.”
- “Así lo haré”, dijo el lobo, haciéndose a un lado.
Pasó el tiempo y, como en el pueblo corrió la voz de que aquel lobo feroz había desaparecido, la gente se atrevió a circular con normalidad por el bosque. Pero como también merodearon por allí vagabundos y ociosos, pronto descubrieron que había un lobo inmenso y terriblemente manso que cuando veía alguien trataba de esconderse en su madriguera o se ocultaba entre las matas. Y así fue como, al principio en son de broma y después por simple maldad, la gente comenzó a divertirse buscando al lobo para tirarle piedras y hacerle todo tipo de barbaridades.
Pero como aquel animal recordaba siempre los consejos de la niña, soportaba estoicamente aquel castigo mientras pensaba que se lo tenía merecido y que algún día estaría saldada su deuda y lo dejarían en paz.
Una vez pasó por allí la misma niña y lo encontró tan malherido que
tuvo que arrastrado a la cueva para curado.
- “¿Pero cómo has dejado que te hagan todo esto?”, le preguntó.
- “¿No me habías dicho que dejara de matar para saldar mi deuda?”, se quejó amargamente el animal.
- “Mira que eres tonto”, dijo ella. “Tener sentimiento de culpa no es lo mismo que tener vergüenza. La gente es la gente, y tú siempre serás un lobo, no lo olvides. Te dije que dejaras de matar, pero no que dejaras de gruñir.”
Adaptado por Abel Pohulanik
El lobo feroz
Etiquetas: Cuentos
1 comentario:
Buenísimo, pero...en algún lugar del relato nuestro lobo se vuelve zorro y
luego lobo otra vez.Salud2
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