Érase una vez un grupo de personas. Estaban invitados a un banquete en un castillo medieval. Era una fiesta espléndida. Los mejores manjares. Los vinos más costosos. No faltaba la orquesta. Los invitados tenían buen apetito. Y una vez saciados, en lugar de ir a casa, continuaban degustando alimentos.
Eran tan voraces que se acabó la comida. El dueño de la casa envió a sus criados, apoyados por los guardias de seguridad, a buscar más alimentos entre los pobres campesinos del entorno.
También el gas empezó a escasear, y los cocineros ordenaron a algunos criados que cortaran madera de las columnas y del tejado para hacer fuego y continuar cocinando.
Pasado un buen rato las columnas cedían y aparecían grietas en el techo. Pero los siervos y los comensales estaban tan absortos en lo suyo que no se daban cuenta de las consecuencias de sus acciones...
En cierta ocasión se quejaba un discípulo a su Maestro: «Siempre nos cuentas historias, pero nunca nos revelas su significado» El Maestro le replicó: «¿Te gustaría que alguien te ofreciera fruta y la masticara antes de dártela?»
1 comentario:
Síque está bueno y su moraleja mejor. Besos.
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